ENTREVISTA
En una entrevista incluida en la nueva edición de las Comedias completas de William Shakespeare de Editorial Losada en Argentina, me preguntaban cómo había sido mi relación como director con los textos de este autor.
“Cuando comencé a leerlo, en mi adolescencia, me sentía frente a un material complejo, cargado de prestigio, y de difícil acceso. Presentía que había un gran saber en sus obras, pero no podía comprenderlas.
EL PASO DEL TIEMPO
Esto ha ido cambiando poco a poco y sólo con los años. De una manera algo extraña Shakespeare se ha ido convirtiendo en un acompañante. A veces suelo realizar un curioso ejercicio que consiste en abrir al azar alguna página de las Obras Completas. Siempre encuentro en ellas dos o tres frases o conceptos extraordinarios, únicos, que me ayudan a ver muchas cosas desde una perspectiva diferente. Posteriormente, en mi trabajo como docente, en los cursos para actores o directores, Shakespeare es de una enorme valía. A diferencia de otros dramaturgos él no incluye acotaciones escénicas. Nunca diría como Eugene O’Neill, por ejemplo, “sus ojos soñadores reflejan la agitación de sus instintos más profundos”. A lo sumo Shakespeare pone “sale”, “muere”, o “batalla”. Y esto es de una enorme importancia. El actor se ve confrontado con su personaje, la situación y el texto. Todo lo demás lo debe inventar él. Y tiene un campo enorme para hacerlo.
EL IMAGINARIO
No hay limitaciones allí. Por eso decimos que Shakespeare abre la imaginación, nos lleva por universos desconocidos, nos invita a aventuras y exploraciones inesperadas. Porque en el fondo, para el actor, Shakespeare representa eso: un inigualable desafío a la imaginación.
Imagen: Laurence Olivier