Ingmar Bergman cuenta en “La linterna mágica” una de sus primeras experiencias teatrales, cuando era muy joven.
“Asisto a un ensayo del director Torsten Hammarén en el Teatro Municipal de Gotemburgo, en 1946. La obra se titula “Amor”, de Kaj Munk.
Empieza con una chocolatada. El sacerdote ha invitado a su casa a los feligreses para discutir sobre un asunto. Hay 23 actores en escena. Sentados, tomando chocolate y diciendo alguna breve réplica. La dirección de Hammarén era mortalmente detallada y exigía una infinita paciencia. Decía: “Cuando él dice su réplica sobre el clima del invierno toma un pastel y luego da vuelta al chocolate con la cucharilla. Wanda sirve chocolate de la jarra de la izquierda y sonríe amablemente a Benkt-Ake cuando le dice: “¡Vamos, que bien lo necesitas!” Los actores ensayan, el director corrige.
Impaciente, yo pienso: este tipo es el sepulturero del teatro, la ruina del arte teatral.
Hammarén sigue imperturbable: “Tore alarga el brazo para tomar un pastel y mueve la cabeza en dirección a Ebba, se han dicho algo que nosotros no hemos entendido. Busquen un tema de conversación adecuado”.
Yo pienso que este viejo dictador apolillado ya ha logrado eliminar todo el placer y la espontaneidad de la escena. La ha petrificado. Lo mejor sería marcharse de este cementerio. Por alguna razón permanezco en mi sitio, tal vez por esa curiosidad malsana que nos impulsa a considerar con júbilo un fracaso.
Finalmente Hammarén considera que ha llegado la hora de representar la escena del principio al fin.
Y el milagro se produce.
Comienza una conversación ligera, desenvuelta y divertida con todos los gestos sociales que implica una chocolatada, miradas, sobreentendidos y conductas conscientemente inconscientes. Los actores se sienten seguros en el marco ensayado con precisión, se sienten libres para actuar. Improvisan con fantasía, inesperada y humorísticamente. La chocolatada no se derrumba nunca.
Desde entonces preparo mis ensayos hasta el más mínimo detalle, me impongo la obligación de dibujar cada escena. Mis instrucciones deben ser claras, útiles y, a ser posible, estimulantes. Sólo el que está bien preparado tiene la posibilidad de improvisar”.