En una entrevista reciente Woody Allen declaró: “La ficción es mucho mejor que la realidad, sin comparación. La realidad es una pesadilla. La ficción la puedes controlar. Puedes hacer que los personajes estén tristes o contentos, puedes poner una música preciosa, mientras que, en la realidad, no controlas nada. Mire a la protagonista de La rosa púrpura de El Cairo: está mucho más contenta en la ficción que en la realidad. Lamentablemente uno no puede vivir en la ficción, o se volvería loco. Hay que vivir en la vida real, que es trágica. Si yo pudiera, viviría en un musical de Fred Astaire. Todo el mundo es guapo y divertido, todos beben champán, nadie tiene cáncer, todos bailan, es fantástico”
Dejando por un momento a Woody Allen, en el terreno de la creación teatral muchas veces reducimos la capacidad de ficción porque “en la realidad eso no ocurre” o “en la vida eso no puede suceder”. Esto es el efecto pernicioso del naturalismo más reduccionista. Lo único que consigue un actor o una actriz al pensar así es reducir el campo de su imaginario, achicar su visión del mundo y del arte.
Me pasa tanto como director como en las clases de teatro. Achicamos la creación a la pequeñez de nuestra vida cotidiana. No ampliamos nuestro imaginario a la altura de los grandes personajes.
En una oportunidad, ensayando el final de “La sonata de espectros” de Strindberg, hay una escena en la que El Estudiante dice unas cosas horribles, y la joven protagonista, afectada por esas palabras, muere. Para la actriz era imposible aceptar que algunas palabras pueden matar. La escena se volvía casi imposible de actuar. Los dos actores eran muy jóvenes en ese entonces. Hoy seguramente lo verían de otra forma.
Las palabras matan, los gestos destruyen, las miradas socavan. En la ficción el mundo es más complejo y puede ser más cruel, más salvaje o más inaudito. Todo eso está en los grandes textos y está allí porque estuvo primero en la imaginación de alguien. En ese sentido es “posible” y es “real”. La ficción en el arte es mucho más rica que la cotidianeidad de nuestras vidas.