GOLPES DE TEATRO
Hace varios años vi una puesta de Peter Stein en Berlín de “El jardín de los cerezos” de Chejov. Hacia el final, se oye como los leñadores contratados por Lopajin, el nuevo propietario del jardín, están talando los árboles. En ese momento entra Firs, el criado de 80 años. Yo pensé: “Ahora va al centro, se sienta, dice su monólogo final antes de morir, y caerá el telón” Pero no, en esa escenografía circular había varias puertas que daban a las habitaciones interiores. El actor abrió una, miró y la cerró, abrió la siguiente, miró y la cerró. Yo pensé: “No irá a abrir todas las puertas luego de casi cuatro horas de espectáculo”. Pues sí, el actor de Stein, siguiendo una lógica implacable, abrió todas las puertas, después se sentó y pudo empezar su monólogo. Y tenía pleno sentido: “Se han ido…se han olvidado de mí…No importa…me quedaré aquí sentado”,
Al final, Firs muere. Cuando todos entre el público esperábamos el apagón final ¿cuál era la sorpresa que nos tenía preparada el director? Justo unos segundos antes, un enorme tronco atravesó una de las ventanas y cayó sobre el escenario. Todos, entre el público quedamos alelados, conteniendo la respiración. Fue un golpe de teatro inaudito.
Ese magnífico final resumía todo: el poder arrollador de la nueva burguesía encarnada por Lopajin, que echa abajo la antigua propiedad de los aristócratas, la brutalidad de los nuevos tiempos que arrollan todo lo que se encuentra a su paso. Ya se advierte en ese árbol destruido que cae sobre el escenario la ola de violencia que se avecinaba en las Revoluciones que tendrían lugar en Rusia en los años siguientes, 1905 y 1917. Stein no tenía piedad ni simpatía por la vieja aristocracia.